viernes, 27 de enero de 2017

La Vanguardia' elige las 50 películas de la década

El siglo XX acabó con la caída del muro de Berlín, pero el XXI despertó con el derrumbe de las Torres Gemelas, un devastador tsunami, una profunda crisis financiera y, para más desconcierto, un cambio social y cultural alentado por una vertiginosa carrera de innovaciones tecnológicas. Los periodistas y críticos de 'La Vanguardia' inician hoy una serie en la que hacen balance de esta década –los ingleses la han bautizado noughties, los años 00–, analizando los hechos más destacados en cine, libros, música, artes escénicas y artes visuales.

En cine, el decenio comenzó con un adiós, con la obra póstuma de un grande del siglo pasado, Saraband, de Ingmar Bergman, y terminó con la revolución Avatar, de la artesanía de taller a la inventiva de laboratorio. En la lista de películas más votadas, Woody Allen pone el humor, Denys Arcand y Kaurismaki el sentido de amistad y Tim Burton la fantasía surrealista como alivio a filmes que reflejan con una crudeza inusual a una sociedad angustiada por sus demonios: la soledad, la desolación emocional, la incomunicación, la violencia extrema, las perturbadoras raíces del mal, el ajuste de cuentas con el pasado, el miedo al mañana o la dificultad de amar.


Lluís Bonet destaca la vitalidad del cine de autor (de Almodóvar a Sokurov), y "aportaciones tan relevantes como las obras de Guerin, Rosales o Portabella". En el cine europeo, el crítico subraya el testimonio descarnado de realidades que se ocultaron: La vida de los otros (Florian Henckel-Donnersmarck), El hundimiento (Oliver Hirschbiegel), Buenas noches, y buena suerte (George Clooney) o el turco Fatih Akin en Contra la pared.

Salvador Llopart observa que, con la crisis, se ha agudizado en Hollywood la hegemonía de las secuelas, las sagas y las franquicias, generalmente de tono infantil y presupuestos millonarios. "Lo que lleva también –explica– a la crisis de un cierto tipo de cine independiente, el que ha dominado losOscar durante los últimos años. Un cine de pequeñas productoras, apoyadas por los grandes estudios y que ahora cierran". En segundo lugar que "el cine para adultos se infantiliza mientras que, paradójicamente, el cine infantil se hace más adulto, con títulos como Coraline o Up".


1. Saraband
Ingmar Bergman (2003)
 

Bergman mueve con maestría a sus personajes habituales como si fueran un cuarteto de instrumentos para hilar sus diálogos confesionales, impúdicos, llenos de reproches, de sentimientos de culpa, de soledad, de frialdad emocional y de desencanto final. El cineasta, con 85 años, llamó de nuevo a escena a Johan (Erland Josephson) y Marianne (Liv Ullman), la pareja de Escenas de un matrimonio, 32 años después de su separación. "Dado que ha sido excesivamente dogmática, mi visión de la vida se ha ido disolviendo gradualmente. Ya no tengo", decía Bergman al final de su vida (murió en el 2007). El filme es una pieza de cámara cerrada en sí misma, casi como aquellos ajustes de conciencia que se hacía en tiempos más religiosos. Aquí, de una dureza sin piedad. La música de Bach, el cuarto movimiento de la Suite n.º 5 para violonchelo, da el tono a un filme marcado por silencios y ausencias. El paso del tiempo no cura, ni redime, sino que pone al espectador ante su espejo. Un tiempo lento que aburre al que tiene prisa o al que busca entretenimiento.

2. Gran Torino
Clint Eastwood (2008)

Buena parte de la carrera de Eastwood ha estado marcada por su éxito como actor. Él fue uno de los rostros del cine de los setenta y ochenta; el rostro de Harry el sucio, sin ir más lejos, aquel que nunca pedía perdón ni sentía culpa. Hacía lo que tenía que hacer, sin una palabra ni un gesto de más... Pues bien, el mejor cine de Eastwood como director, desde entonces, no ha dejado de hablar de culpa, de perdón y también de redención. Con dos hitos evidentes en su larga trayectoria. En primer lugar Sin perdón, y luego este Gran Torino que, no olvidemos, era la marca de coche que conducía aquel Harry de magnum imponente. ¿Parodia de sí mismo, quizá? En cierto sentido, sí. Ese personaje mayor y malhumorado que protagoniza Gran Torino podría ser aquel inspector Harry Callahan, ya retirado. Y también metáfora de un Estados Unidos que, inquieto por los cambios, no olvida lo que es justo. Esa América de barras y estrellas capaz del sacrificio por ideales como justicia, igualdad y felicidad. En Gran Torino, elegante filme de lágrima contenida, Eastwood se redime, y de paso, nos redime un poco a todos.

3. La Vida de los Otros
Von Donnersmarck (2006)

Tras la mirada comprensiva, tierna, más nostálgica que crítica de Good bye, Lenin! (Wolfgman Becker, 2003) el estreno de La vida de los otros, tres años más tarde, resultó un mazazo sobre las conciencias europeas. Dirigida por el debutante Florian Henckel von Donnersmarck, del que uno está tentado de decir "de los Donnersmarck de toda la vida", el filme golpeó por donde el cine es siempre más efectivo, por el lado de la emoción. Ni cien tratados habrían transmitido con igual fuerza el agobio, la vergüenza, el abuso y el miedo que había sufrido la extinta RDA, dominada por una casta de poder insensible y burocratizada. Hizo falta el rostro contrito de su protagonista, el actor Ulrich Mühe, tristemente fallecido, para que identificáramos, en su mirada, la mirada lúgubre de toda una época.

4. Caché-Escondido
Michael Haneke (2005)
 

Haneke, del que se hablará mucho el próximo año, por su inminente y muy premiada La cinta blanca –en Cannes, y como mejor película europea–, ya exploraba en Escondido ese difuso sentido de culpa que se identifica como el mal oculto ¿De dónde viene ese mal? ¿Y adónde nos lleva? Thriller con crimen pero sin culpable –al menos, sin culpable evidente–, Escondido se engancha para siempre al recuerdo. Defendida con pasión por Daniel Auteuil y Juliette Binoche, todo en ella es puro desasosiego. Algunos creen descubrir el secreto de todo en la escena final, pero uno piensa que en definitiva no hay secreto, porque todo en el filme es evidente, sin misterio.

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